A diferencia del hijo de un ex presidente de Honduras los narco sobrinos
de Cilia Flores sugieren una salida política que los deje libres
Hace unos días se produjo un hecho en la
ciudad de Nueva York, Estados Unidos, que todavía ha dejado impactado a
muchos de sus habitantes. Un ciudadano hondureño se declaró culpable del
delito de narcotráfico ante la Corte del Distrito Sur de Manhattan. La
historia comenzó en mayo del 2015, cuando agentes encubiertos de la DEA
lo detuvieron en Haití. Inmediatamente fue trasladado a la ciudad de
Nueva York, siendo recluido en el Centro Correccional de Manhattan
(CCM).
Dentro de todas las opciones, el
declararse culpable ha sido lo mejor que se le pudo ocurrir. Con esto el
indiciado ha evitado su participación en un juicio que podría llevarlo a
recibir, si fuere declarado culpable, hasta cadena perpetua. Si bien la
juez no ha garantizado el tiempo de pena que le impondrá al
confesante, normalmente en estos casos la justicia suele ser menos
severa, pudiendo llegar hasta 10 años de prisión como mínimo. Es cierto
que 10 años representan bastante tiempo para una persona en reclusión,
pero si comparamos lo que significaría estar toda la vida en cautiverio,
y eventualmente hasta morir entre rejas, la decisión era no menos que
tentadora.
Este no es el único beneficio que podrá
obtener dicho ciudadano. Aun cuando deberá esperar tres meses para
conocer su condena, mientras tanto permanecerá en el correccional en
donde se encuentra. Una vez establecida la sentencia, se tomara en
cuenta su actitud ante la Corte y será trasladado a una penitenciaria de
mínima seguridad para cumplir la pena. Esto tampoco es poca cosa, al
considerar que las prisiones de máxima seguridad en los EE.UU albergan a
los más temibles criminales, los cuales al saber que pasaran toda su
vida en prisión suelen ser bastante agresivos, e incluso cometer delitos
terribles allí adentro.
Procesos de este tipo, en donde se
encuentran involucrados latinoamericanos, y más aún hondureños, se abren
todo el tiempo en los EE.UU. De no ser por las características del
indiciado, el caso hubiera pasado desapercibido. Pero este no es un caso
cualquiera, estamos hablando de Fabio Lobo, hijo del ex Presidente de
Honduras, Porfirio Lobo.
Fabio no es la única celebridad en el
CCM. Aparte de él, y de 3 compatriotas, miembros de la familia
Rozenthal, conocidos por pertenecer al mundo bancario, empresarial y
político de su país, (detenidos por narcotráfico y lavado de dinero),
compiten en popularidad los venezolanos, Francisco Campos Flores y
Franqui Francisco Flores.
Este no es un tema nuevo en Venezuela, y
de hecho el caso de los señores Flores ha tenido mucha resonancia en el
país. No obstante, visto a la luz del prisma de los EE.UU, la situación
puede apreciarse bajo otras connotaciones. Fueron detenidos en noviembre
pasado, bajo similares circunstancias a las del hijo del mandatario
centroamericano. Se encontraban en Haití, y al parecer pretendían
introducir cocaína, vía Honduras, a los EE.UU, país este al cual ya
habrían enviado un kilo de droga para demostrar su pureza en el mercado.
Agentes encubiertos de la DEA, haciéndose pasar por narcotraficantes
que pretendían colaborar con aquellos, los detuvieron. Fueron
trasladados a los Estados Unidos, puestos a la orden del mismo
correccional CCM, y bajo la jurisdicción igualmente del Distrito Sur de
Manhattan.
Los indiciados son sobrinos de la primera
dama de Venezuela, y han sido criados por esta como sus verdaderos
hijos. Si bien la pareja presidencial se ha mantenido en silencio hasta
el presente, miembros del gobierno bolivariano han denunciado la
detención como una “trampa del imperio” creada para desprestigiar la
honorabilidad de la familia, y desestabilizar al Gobierno. De haber
tenido acceso a las fotos, audios, videos, y declaraciones de los
testigos en contra de aquellos, muy probablemente dichos funcionarios
hubieran tomado la misma actitud que el jefe de Estado y su señora.
Personas cercanas a unos de los tantos
bufetes de abogados a los cuales han consultado, han hecho ver que el
Gobierno venezolano les sugirió hacer llegar una solución política al
Gobierno americano, a fin de atenuar el grave asunto jurídico que
implica la detención de los jóvenes. Así lo hicieron durante la
detención en Aruba (2014) del ex jefe de la inteligencia venezolana,
general (Ret.) Hugo Carvajal, acusado por el Gobierno de los EE.UU de
colaborar con las FARC, y de estar vinculado con el narcotráfico. En
este caso, pudo más la presión política y económica de las autoridades
venezolanas que el interés de justicia de los de la isla, lográndose la
libertad del ex funcionario.
Pero la experiencia del bufete de
abogados requerido, y su temor a las consecuencias de tal despropósito
en un país en donde si existe la independencia de poderes, y en donde la
justicia se respeta, pudo evitar el dislate de pretender sugerir algún
tipo de prebenda a cambio de la libertad de los “narco nephews”, como se les conoce popularmente en prisión a estos venezolanos.
A pesar de las similitudes, este caso no
es igual al del Sr. Lobo. A diferencia de Lobo, los Flores no han tenido
el mismo asesoramiento jurídico que este, por lo que puede suponerse
que tendrán un destino diametralmente opuesto al hondureño. A pesar de
las pruebas en su contra, insisten en su inocencia, circunstancia que no
parece ser la mejor estrategia, si quieren recuperar algún día la
libertad. Por si esto fuera poco, tal vez por las ocupaciones políticas
de sus familiares, o por interés de acallar los rumores, con excepción
de sus abogados, nadie los visita. Puede que sus allegados desconozcan
que mientras los detenidos permanezcan en el correccional, por lo menos
podrán recibir visitas en una sala común, sin mayores obstáculos que el
chequeo regular de seguridad. Pero una vez sean condenados bajo el cargo
de conspiración para introducir cocaína a los EE.UU, la situación será
diferente, teniendo que conformarse con la humillante visita bajo la
separación de un ventanal de vidrio, mediante el uso de un teléfono
local para comunicarse. De allí que los sobrinos deban pensar, que si su
tía no se ha atrevido a visitarlos con las facilidades que ofrece el
CCM, resultara improbable que lo haga bajo las condiciones de esas
horribles penitenciarias.
El hecho es que prácticamente viven
aislados, puede que por temor a alguna agresión de sus compañeros.
Quizás estén esperanzados en la aplicación de la “justicia
revolucionaria”, esa curiosa calificación que insistentemente repite el
Gobierno en Venezuela, y que los jueces del país han decidido otorgarle a
la justicia que allí aplican, en donde se perdona todo, salvo que el
infractor sea un opositor al régimen.
No es posible adelantar opinión respecto
al tiempo de condena que recibirá esta pareja. Lo que sí puede
asegurarse es que cuando sus rejas se abran, la Venezuela que dejaron
será muy diferente a la que encontrarán. Ya tendrán los Flores tiempo en
prisión para darse cuenta que la justicia no es más que justicia, y que
en donde existe el Estado de derecho lo que funciona no es la ley del
imperio, sino el imperio de la ley.
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